jueves, abril 05, 2018

Guillermo Moncada, el coloso de ébano

Tan solo a cuarenta días de reiniciada la guerra por la independencia con el Grito de Baire, el 5 de abril de 1895, la Revolución perdía a uno de sus más capaces jefes y uno de sus más intransigentes soldados: Guillermo Moncada Veranes, fallecido a causa de una tuberculosis.

Guillermón Moncada tenía 27 años cuando el alzamiento de la Demajagua y dejó el oficio de carpintero, para incorporarse a las filas mambisas, donde en poco tiempo por su valentía adquirió grados militares. Al terminar la Guerra de los Diez Años, Guillermón era Brigadier y había tomado parte en más de un centenar de batallas a las órdenes de Máximo Gómez y Antonio Maceo.

Al producirse el Pacto del Zanjón, Moncada estaba bajo el mando del Titán de Bronce y fue uno de los que le secundó en la célebre Protesta de Baraguá, como uno de sus jefes de confianza.

Para Guillermón Moncada, la terminación de la Guerra de los Diez Años no fue una tregua, pues en agosto de 1887 volvió a las armas al producirse la llamada Guerra Chiquita.

Fracasado ese movimiento insurgente, Moncada fue enviado a prisión en las Islas Baleares, de donde regresó en MIL 886, para proseguir las actividades revolucionarias y, por ello, fue apresado nuevamente y recluido en el Cuartel Reina Mercedes, de Santiago que más tarde llevaría su nombre.

Por sus méritos y experiencias militares, José Martí designó a Guillermón Moncada junto a Bartolomé Masó, para encabezar en  Oriente el movimiento Revolucionario que bajo la dirección del Partido Revolucionario Cubano, se produjo el 24 de febrero de 1895.

Aunque ya para entonces Moncada estaba muy enfermo de tuberculosis, volvió a la manigua y ese histórico día atacó con sus hombres el poblado de Dos Caminos de San Luis, para proveerse de municiones y armas.

Pero la terrible enfermedad que lo minaba pudo más que la voluntad de este coloso de ébano y el 5 de abril de MIL 895, dejó de existir perdiendo así la Revolución a uno de sus más extraordinarios y capaces soldados.

Guillermón Moncada fue uno de esos hombres que nació para ser gigante, no solo por su estatura sino por su arrojo, honor, dignidad y méritos revolucionarios. El acostumbraba a decir: “Mi brazo negro y mi corazón de cubano tienen fe en la victoria”, por eso su pueblo le recuerda ofreciéndole como homenaje la victoria a la que él aspiró, por la que tanto luchó.

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