
Céspedes había llegado a la apartada prefectura de San Lorenzo el 23 de enero de 1874 y sin una escolta que le protegiera, y un mes y cuatro días después cayó defendiéndose como pudo, con un revólver, frente a los efectivos del Batallón de San Quintín, uno de los mejores de España en la región oriental.
Durante los días que permaneció en San Lorenzo no fueron pocas las penurias que tuvo que soportar aquel hombre, que había dejado su cómoda vida de hacendado, su prestigioso bufete de abogado en Bayamo y su familia, todo por la Patria que así lo exigió, al echarse sobre sus hombros la responsabilidad de darle la independencia a la isla.
Había solicitado insistentemente del Gobierno Civil en Armas se le permitiera salir del país para reunirse con su esposa, Ana de Quesada y sus hijos mellizos a los que sólo conocía por fotos. Pero nunca se le permitió ese deseo. Lo preferían muerto, olvidado, relegado y humillado, Ese era el pago a su sacrificio.
No obstante, al ser sorprendido por los soldados españoles aquel 27 de febrero de 1874, Carlos Manuel de Céspedes se batió con ellos valientemente, hasta que una bala le partió el corazón en dos y rodó por un áspero barranco. No se rindió y llevó hasta sus últimas consecuencias aquel grito que un día estremeció la Patria: ¡Independencia o Muerte!
Así le recordamos los cubanos de hoy, los hijos de siempre al Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, al cumplirse este 27 de febrero el aniversario 140 de su gloriosa muerte.