martes, mayo 21, 2013

Hace 60 años Martí es nuestro vigía desde el Turquino

Hace 60 años, en una fecha como la de hoy 21 de mayo, pero de 1953, una expedición de la Asociación de Antiguos Alumnos del Seminario Martiano y del Instituto Cubano de Arqueología, llegó hasta el Pico Turquino, la cima más alta de Cuba, para dejar instalado allí un busto del Apóstol de la Independencia, José Martí, en el centenario de su natalicio y a pocas horas de haberse conmemorado el 58 aniversario de su muerte en combate en Dos Ríos.

El busto de bronce de Martí, de 163 libras de peso, fue obra de la escultora Jilma Madera, quien había sido autora de otro similar que durante una visita a La Habana, la niña querida del Apóstol, María Mantilla, calificó como el más parecido al recuerdo que guardaba del maestro.

La idea de colocar este busto en el Pico Turquino surgió en 1952 en la Fragua Martiana, en la capital, proyecto que recibió el apoyo de la Asociación de Antiguos Alumnos del Seminario Martiano y de su asesor Gonzalo de Quesada y Miranda, el más destacado compilador y editor de la obra del Apóstol.

Para costear este proyecto fueron puestos a la venta producciones de un Medallón y un pequeño busto de Martí confeccionados por la propia escultora Jilma Madera, que tenían un valor de DIEZ y VEINTE pesos.

La vivienda del  doctor Manuel Sánchez Silveira, en Pilón, fue el lugar donde se recibieron los planos de la obra a ejecutar, el dinero recaudado y los materiales, así como el busto de bronce de Martí, que fue fundido en los talleres del Ministerio de la Construcción, gratuitamente.

En la mañana del 20 de mayo de 1953 alrededor de 50 personas, incluidas cuatro mujeres, entre ellas la escultora Jilma Madera y Celia Sánchez Manduley, iniciaron el ascenso al Pico Turquino adonde llegaron al siguiente día, tras pasar la noche en el campamento Martí.

Al mediodía del 21 de Mayo de 1953 fue situado el busto en su pedestal, según consta en el acta que se firmó a las 12 y 15 pasado meridiano y que firmaron entre otros, Jilma Madera, Aníbal Díaz, Manuel Sánchez y su hija Celia, colocándose en el lugar varios ramos de rosas  blancas enviados por grupos martianos de Santiago de Cuba.

Desde entonces, sobre el techo de nuestra querida Patria, ahora libre y soberana como la soñó Martí y por lo cual murió, el Héroe Nacional contempla su hermosa obra y vigila su destino, que no es otro que el de la felicidad de todos los cubanos y porqué no, también de toda la humanidad.

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